domingo, 5 de junio de 2011

ENSAYO DEL LIBRO LA HOGUERA BARBARA

UNIVERSIDAD REGIONAL AUTONOMA DE LOS ANDES " UNIANDES"


NOMBRE: ALEX MARCELO SANTAMARIA

CARRERA: JURISPRUDENCIA

SEMESTRE: CUARTO

TUTOR: AB. SEBASTIAN VALDIVIESO GONZALEZ

LA HOGUERA BARBARA

INTRODUCCION 

Este libro nos da a conocer la historia de la vida de Eloy Alfaro, la historia de todo el proceso de la revolución liberal y también la historia del primer siglo republicano del Ecuador. Es que una biografía abarca no solo la vida de Eloy Alfaro Delgado, sino también la de su espacio vital, su sociedad y su tiempo. Por su parte, la historia cabal de una revolución Por eso, en esta historia de la revolución liberal, construida alrededor de la imagen de su líder fundamental, hay héroes y antihéroes, En el Ecuador, la palabra “revolución” es usada y sirve para calificar a una transformación violenta, profunda e irreversible, que trastoca significativamente la organización política, la estructura económica y la vida social.
A consecuencia de ello, nos encontramos con que en nuestro país han ocurrido al menos una decena de “revoluciones”, la mayoría de las cuales no ha tenido otra virtud que derribar al gobierno de turno y sustituirlo por otro, quizá algo diferente entre las cuales tenemos:
“Revolución de las Alcabalas”.
“Revolución de los Estancos”.
“Revolución de la Independencia”.
“Revolución de los Chiguaguas”.
“Revolución Marcista”.
“Revolución Liberal”.
“Revolución Conchista”.
“Revolución Juliana”.
“Revolución del Veintiocho de Mayo”.
“Revolución Nacionalista de las Fuerzas Armadas”, entre otras.


BIBLIOGRAFÍA DE JOSÉ ELOY ALFARO DELGADO

 


José Eloy Alfaro Delgado nació en Montecristi, Manabí el 25 de junio de 1842. Su padre fue don Manuel Alfaro y González, republicano español que llegó al Ecuador en calidad de exiliado político; su madre doña María Natividad Delgado López.
José Eloy, recibió su instrucción primaria en su lugar natal, después de terminar se dedicó a ayudar a su padre en los negocios comerciales. Durante su juventud se nutrió de las doctrinas que producen libertad y democracia, todo lo que olía a tiranía hervía de odio y rencor su sangre por eso luchó contra García Moreno, Borrero, Veintemilla y Caamaño, y con enfáticas luchas conquistó el título de "Viejo Luchador". Eloy Alfaro pasó por muchas y serias dificultades en la diversas campañas que emprendió, tendientes a combatir la tiranía, en estos combates gastó su fortuna adquirida en Panamá con la ayuda de su esposa de esa nacionalidad Ana Paredes Arosemena, de ese matrimonio nacieron nueve hijos: Bolívar, Esmeraldas, Colombia, Colón, Bolívar II, Ana María, América, Olmedo y Colón Eloy; Rafael nació fuera del matrimonio.
Eloy Alfaro fue valeroso hasta la muerte; buscaba una transformación radical en su país. Su sangre rebelde y espíritu visionario le dieron un carácter férreo que lo distinguió en la acción liberal de la cual sigue siendo ejemplo inigualable. Desde muy joven participó en gestas rebeldes como en el Colorado; casi pierde la vida en el desastre del Alajuela. Participó en los combates de Montecristi, Galta, San Mateo, esmeraldas, Guayaquil, Jaramijó, Gatazo, Cuenca y Chasqui.
Eloy Alfaro fue un padre ejemplar, magnánimo con los amigos y desgraciados. Aunque sus estudios no fueron profundos, por su carácter logró superarse e imponerse a los demás con clara inteligencia.
Sus principales obras fueron:
Durante este primer período de la administración de Alfaro se firmó el "Contrato Harman", en virtud del cual quedaba asegurada la continuación rápida de los trabajos del ferrocarril Guayaquil a Quito, llegando hasta Colta, en este Período.
Eloy Alfaro también dio mucho impulso a la educación. El 1 de octubre de 1869 inaugura el colegio "Bolívar" de Tulcán, en 1907 la Escuela de Artes y Oficios, el 11 de junio de 1897 el Instituto Nacional "Mejía", el 20 de octubre de 1900 la Escuela de Bellas Artes de Quito, el 14 de febrero de 1901 el Colegio Normal Manuela Cañizares; el 25 de mayo de 1901 el Colegio Normal Juan Montalvo, el 110 de agosto de 1901 el Colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil y el Colegio Militar Eloy Alfaro.
Desde mediados de 1911, en Quito y en el país se fue afianzando un clima anti-alfarista que culminó el 11 de agosto con un golpe militar que obligó a Eloy Alfaro a dimitir de la presidencia, y a refugiarse en la Legación de Chile y posteriormente exiliarse a Panamá. Desde entonces, el Viejo luchador, perdería todo el apoyo .
Eloy Alfaro, quien regresó de Panamá, ante el pedido de Montero para actuar como mediador pacificador. Alfaro regresó, para servir de mediador entre los suyos y el gobierno y evitar mayores problemas para el radicalismo y aun la mismísima desaparición del partido. Las fuerzas liberales fueron derrotadas en sucesivas batallas en Huigra, Naranjito y Yaguachi, donde mueren cerca de 3.000 hombres. Ante la eminente derrota del liberalismo, el Viejo luchador firma la rendición, que fue mediada por los Cónsules de Estados Unidos y Gran Bretaña. Contemplaba la rendición de las fuerzas liberales, amnistía a Montero y los partícipes del 28 de diciembre, y el exilio voluntario de Don Eloy, en un vapor asignado por el gobierno. No habría represalias.
Guardaban el Penal García Moreno el Regimiento No. 4, los batallones "Quito" y "82", y secciones de policía. Uno de estos cuerpos, fue escogido y aleccionado por Navarro, antes de su viaje á Guayaquil. Fatigados los generales prisioneros, empezaban a recostarse en las losas de los respectivos calabozos. El General Alfaro había pedido un cajón, que no le llevaron. Antecedieron rumores ficticios de asaltos, órdenes entrecortadas de soldados, movimientos de soldados en éste y aquél sitio y algunos fueron acercándose a cada calabozo. Las puertas estaban abiertas. Cuando el general anciano sintió un ruido, púsose en pie y se acercó a la puerta, en ademán de imponer silencio. Un soldado le tendió el rifle y le disparó un balazo en el cráneo. La muerte fue instantánea.
En la versión de Andrade, un individuo de apellido Pesantes llamó al pueblo y abrió las puertas, entregó los cadáveres y ordenó que los arrastrasen y quemasen. El espectáculo fue horrendo. Los cadáveres desnudos fueron amarrados por la turba de pies y manos. Luego, los arrastraron prácticamente por toda la ciudad, desde el Penal García Moreno en el centro hacia las afueras, a un descampado en el norte conocido como El Ejido. Una vez ahí, se encendió una hoguera para quemar los restos, ya muy deteriorados por el arrastre a lo largo de muchas cuadras sobre calles pavimentadas de piedra. Ni el Ejército ni la Policía presentes intervinieron, hasta cuando los asesinos dejaron la hoguera que el escritor Alfredo Pareja Diezcanseco llamó "la Hoguera Bárbara".
Junto a Eloy Alfaro, murieron (aunque no todos en el mismo día ni en el mismo lugar) Manuel Serrano, Flavio Alfaro, Ulpiano Páez, Luciano Coral, Pedro Montero, Medardo Alfaro, Belisario Torres, Luis Quirola.

DESARROLLO

PRIMERA PARTE
EL GENERAL DE LS DERROTAS
I
MONTECRISTI
Los armadores se acercaban al pueblo antes de que las primeras luces del amanecer descubrieran el secreto de los tejedores de sombreros, así la vida en Montecristi empezaba densamente todas las mañanas, las chozas que circundaban el poblado, la paja, delgada y flexible, porque los sombreros finos había que tejerlos de suerte que ninguna precaución faltara; que pagaban a buen precio a bordo de las goletas, cuando el Estado del Sur, Ecuador se separarse de la Gran Colombia, un emigrante español. Llamado Manuel Alfaro. En sus andanzas por varias latitudes, sombreros de paja toquilla, dedicarse a la explotación de un negocio que le proporcionara la paz.
Don Manuel, a más de guerrero, horas en la meditación, confortar sus desengaños políticos.
Capitán olvidó su espada y uniforme y se fue enraizando en Montecristi, el negocio de sombreros le duplicó los dineros, adquirió una finca y también exportó tagua. El paisaje humano tampoco le agredió: las gentes vivían aún bajo la influencia de la primera constitución política, que declaraba como uno de los deberes de los ecuatorianos "ser moderados y hospitalarios". No, realmente, no sentíase extraño que la ambición del General venezolano, Juan José Flores. Y como Flores tenía habíase casado con una quiteña de rancio nombre.

Prendió definitivamente en la tierra a don Manuel Alfaro .no fue su amor por una hermosa quinceañera llamada Natividad Delgado, Don Manuel y doña Natividad hicieron dar el bautizo al quinto hijo de sus hijos, Eloy, nacido un 25 de junio de 1842
Hasta el número de ocho. Eloy crecía sustentando su cuerpo con el aire limpio que venía desde el mar y con los juegos y carreras por el campo libre, cerca de su hogar.
Aislaba la timidez Natividad, tú me dañas al chico con tus engreimientos. Padecía de resentimientos Manuel calificaba de "pataletas".
Natividad le narraba aquellas luchas que su marido, Jamás se hartaba Eloy del anecdotario milagroso. “Cuando yo sea grande, voy a pelear por la libertad”.
Sentenciaba don Manuel, la única manera de amar a la patria consiste en conocer bien sus males y sus desgracias, después afirmaba don Manuel vino la gran revolución de marzo de 1845, el primer esfuerzo por libertar al país de los caudillos extranjeros y de los errores históricos. Para no perecer, hubo de refugiarse en el militarismo nacional, hasta los catorce años, Eloy estuvo disciplinándose en gramática, caligrafía nunca pudo con ella, un poco de historia y de geografía, y, sobre todo, en aritmética comercial, en Montecristi no había colegios de enseñanza secundaria Lo demás, se lo dará la vida.
Sólo que la vida era oscura y limitada en el pequeño pueblo, don Manuel lo llevó en uno de sus viajes, la visión del mundo fue más ancha, pero las complicaciones de la adolescencia le habían crecido y amenazaban ahogarlo.
Se enamoró en silencio y en silencio también experimentó el placer y la pena de perder su inocencia. Toda la pasión silenciosa que había acumulado, la vertió sobre ella, compensando los conflictos imponderables.
No se quedó con el tesoro recibido: un hijo le nació. Empezó a llenarse de vida y acción. Nada más hermoso que salir de paseo, luciendo altos cuellos y levitas largas. ¡Era todo un hombre!, mostró en una calle de Lima al general Juan José Flores, quien, desde 1845, vivía su destierro en el Perú.
Siempre supo ocultar así sus sentimientos cuando no quería o no debía delatarlos.
II
LA PRIMERA INSURGENCIA
Aquel día de San Pedro y San Pablo, ni los tejedores de sombreros ni los cogedores de tagua se habían preocupado de sus labores. Por el camino del mar, venían a buen paso los pescadores, esperanzados en llegar antes de que el sol les hiciera fatigosa la marcha. Ya en la mitad del verano, Y los vendedores de maní y sal prieta, acomodando su mercancía en charoles de madera, se apresuraban por ganar los mejores puestos de la plaza, mientras ensayaban las voces en el pregón triste y musical.
Eloy y su hermano mayor, José Luis, bien montados, galopaban ya mediado el sol. Vestían alegres ponchos de hilo y cubrían las cabezas con grandes sombreros de paja blanca. Y ambos hermanos, ahora, después de la tarea, retornaban a Montecristi para alcanzar el mejor momento de la fiesta.
Eloy amarró el caballo a un estante, limpio el sudor del rostro, se despidió del hermano y se fue en busca de los amigos.
¡Viva el Presidente Negro! i El Presidente de Guinea!
Hacia el mediodía, la procesión, después de haber recorrido por todo el pueblo, retornó al centro de la plaza. Hízose el escrutinio: el Presidente Negro fue declarado electo, por el personero del Comité de los Festejos y la fiesta pareció volverse loca: echáronse a volar por encima de las cabezas los sombreros manabitas.

Eloy, desde una esquina, contemplaba la fiesta en rueda de amigos. Había llegado a lo mejor: los concursos, de repente, se escuchó un grito:
¡Abajo el Presidente! ¡Viva la revolución!
Así hicieran comentó Eloy con García Moreno, Eloy pensaba en el derrocamiento de García Moreno. "Guerra, guerra sin tregua a los enemigos de la Patria.
Y teniendo, como tenía, en la memoria los relatos de don Manuel sobre la revolución de marzo y la actitud generosa de liberales como el general Urbina, que había manumitido a los esclavos y por primera vez en la historia ecuatoriana, olvidado los métodos crueles en las persecuciones.
No, la figura maravillosa de su Simón Bolívar no estaba definitivamente muerta. Saltaría y a la gallera fueron Eloy y sus amigos. Y estaba de lleno en el juego, se enredo la disputa.
Siguió asistiendo, cada año, a lace-celebración de San Pedro y San Pablo, leía libros que le llenaban el corazón y la cabeza de altos sentimientos. No era extraño a esta afición su padre, quien, merced a sus relaciones comerciales, podía, no obstante le prohibición de introducir libros capaces de alterar el orden garciano de la República, hacer llegar folletos, revistas, volúmenes que predicaban los derechos del hombre, las doctrinas liberales y la cruzada masónica empeñada en transformar románticamente el mundo en estación de paz y de fraternidad. Bien lo dijo y lo creyó: García Moreno era un déspota, sanguinario perseguidor de los liberales, utilizador del clero para sus fines absolutistas. Allí estaban el Concordato, que sometía el país a la voluntad extranjera de Roma
"La Patria necesita de rehabilitación y usted. García, la necesita también, en su conducta pasada hay un atrocidad, que usted tiene que borrar a costa de su sangre. Esa mañana de junio exultaron de placer desconocido su veintidós años. Apenas dos docenas de hombres pudieron juntar, pero sabía un capitán. Con la diminuta tropa campesina inició la aventura reivindicadora. Las posibilidades de sufrir derrota no contaban para él. Distribuyó la escasa municiones entre los que poseían armas de fuego.
¡Viva el Partido Liberal!
Y al mando de seis hombres escogidos, se dirigió se dirigió a Montecristi con un atrevido plan en la cabeza. EI gobernador de la provincia, coronel Francisco Javier Salazar .había aprendido a su hermano Medardo, para interrogarle sobre el paradero de Eloy. Fue amenazado con cincuenta latigazos, pero Medardo había respondido:
El grupo de jinetes de Alfaro atravesó las calles del pueblo, está usted prisionero de la revolución Coronel, después, obligó Eloy al gobernador a seguirle, hasta el caserío. De Colorado, y por fin estuvo su libertad, ofrecido a apoyar la revolución. Mi hijo Antonio es llamado a hacer la aventura de esta patria que me ha costado tantos desvelos. Y se marcho no espero en un día más dejo una carta desbordado el corazón, su madre, dándole el hijo, Rafael, a su ciudad; tomo pasaje y se enrumbo al Istmo. Durante la travesía en la penumbra de una tristeza nueva saboreo la amargura de la derrota.
III
EL CORONEL ALFARO
No se equivocó: al día siguiente de su partida, el gobernador Salazar violó el pacto de El Colorado y empezó a perseguir a los liberales y a sus propios cómplices le fueron llegando las noticias al Istmo con aquella exacta y repetida lentitud de lo irremediable. Don Manuel Albán, aprehendido y enviado a Quito a ser el compañero de martirio de Juan Borja, el rebelde reducido a la enfermedad y a las cadenas, Ni en Panamá ni en San Salvador, donde se alojara en casa de su amigo de la infancia, José Miguel Macay; ni en los viajes, la paz venía a su espíritu. Le exasperaba el exilio. Las ideas le bullían, preparando la acción: iría a Lima, hablaría con el general Urbina, procuraría tomar parte en otra aventura como don Manuel Alfaro regresara de Europa, A comienzos de 1865, se encontraba ya en Lima, donde obtuvo trabajo en una casa de comercio, en tanto esperaba la ejecución de los nuevos planes de Urbina: la lucha, esta vez, era a muerte, bien que lo sabía. Urbina amagaría el golfo de Guayaquil con una escuadrilla, y él, señor capitán, iría a Manta, donde un buque de Urbina le esperaría para insurreccionar la provincia.
La audacia de Alfaro al acercarse a los dominios de la tiranía, se vio compensada: viejos amigos de don Manuel le ayudaron para que embarcase escondido. Alguno creyó reconocerle: negó su identidad con firmeza para evitar lo que le había pasado al General Urbina en Jambeli. García Moreno odiaba a los liberales, a los católicos poco fervorosos Integrado ya su carácter con le convencimiento de que al Ecuador sólo se lo podía manejar por su mano, merced a un golpe audaz, regresó al poder en 1869, hizo aprobar una Constitución Política que fue llamada, a voces ocultas, la Carta Negra, y pudo lograr con ella lo que tanto había ansiado: la paz y el orden.
Paz y orden desolados. Ya nadie pensaba en posibilidades de cambio. Andaban por las calles con el temor en las miradas, las manos listas para la oración simulada, sin disfrutar siquiera de la libertad de amarse. García Moreno extremaba sus afanes moralistas hasta en la equívoca línea de vida de las prostitutas, por cuya causa pretendiera firmar convenios de extradición con otros países lejanos, por ejemplo, Alemania. Don Gabriel está aquí, don Gabriel está aquí, eran las palabras que circulaban, pequeñas y tímidas, cuando visitaba una ciudad. Los transeúntes marchaban recogidos y medrosos, temiendo a cada instante que alguna fuerza siniestra se descolgara sobre sus cabezas. Orden y paz: los había logrado, arrancándolos del aliento del pueblo. Empero, frente a tan terrible poder, crecía otro, lento, pero firme, imponderable, pero cierto: el de la digna locura por la libertad que, años más tarde, por manos jóvenes, haría caer a machetazos su cabeza. Pocos años hacía que Montalvo publicara “El Cosmopolita”.
Hacia 1869, escribió su primera carta a don Juan, que hallábase desterrado en Ipiales, de la vecina Nueva Granada, y desde entonces la amistad con Montalvo fue para Alfaro la sustancia operante de su buen ánimo.
En julio de 1871, apenas un año después del fallecimiento de don Manuel, fletó a su costa la goleta “Evangelina”, cargola de fusiles y municiones y enviola, al cuidado de
Ildefonso, con rumbo a Manta. La “Evangelina” fue apresada por el Gobierno, salvándose a mucho riesgo Ildefonso, y otra vez el fracaso le ensombreció la juventud, hasta que llegó para él la hora de la embriaguez. Se había enamorado, y esta ocasión, para siempre. Escribió una misiva a doña Natividad, rogando su permiso. “La señorita que el destino ha señalado para dulcificar mi vida, se llama Anita Paredes y reúne todas las cualidades que necesita un hombre para ser feliz. Lo que me falta es su bendición para el año próximo ofrecerle. Dios mediante, una digna hija más...” En 1872 casó con doña Ana Paredes Arosemena, su Anita, su Anitilla, como la llamaba, de toda la vida. El nacimiento de su primer hijo habido en matrimonio,
al que llamó Bolívar, le dio harto y bullicioso placer, La agitación política en el Ecuador volvió a darle clima. Montalvo había regresado de Europa y, desterrado en Colombia, se erguía en la continuada lucha contra García Moreno. Había escrito, para rectificar las opiniones de un periódico de Panamá, ese conmovedor panfleto, “La Dictadura Perpetua”, en todo de acuerdo con las noticias de Alfaro. Enviolo para su publicación a éste y fue distribuido, bajo su dirección, clandestinamente en el Ecuador. La agresiva polémica de Montalvo dio la tónica al movimiento antigarciano. Alfaro correspondía con los liberales ocultos en Guayaquil o en Quito, en Montecristi o en Esmeraldas, y era tanta su fe que negábase a que dieran bautizo a su nueva hija, Colombia, porque quería que se lo dieran en la Patria. Cierto día le llegó la noticia: el 6 de agosto 1875, García Moreno había sido asesinado en la lonja del Palacio de Gobierno de Quito. Las cosas no cambiaron de inmediato: el general Salazar, desde le Ministerio de la Guerra, destruía los empeños liberales. No contó con el pueblo quiteño, que el 2 de octubre, inflamó las calles de la vieja ciudad colonial con su presencia tumultuosa. Salazar, desde una ventana de palacio, ordenó a las tropas disparar, mas un soldado respondió:
¡Nosotros también somos el pueblo!
Salazar fugó.
Surgió entonces la candidatura presidencial de Antonio Borrero, afamado hombre de leyes y corazón puritano. Montalvo y Alfaro la propugnaron, al igual que todos los liberales de la época. Era Borrero, liberal católico, el prestigio al parecer señalado para lograr la unión nacional. Y llegó al poder, pero cuando le pidieron que convocara una
Asamblea Constituyente a objeto de desconocer la Carta Negra, y reemplazarla por un estatuto de tipo liberal, Borrero se negó.
Al saberse defraudados por Borrero, los liberales resolvieron su derrocamiento: no lucharon por hombres, sino por ideas. ¡Abajo la Constitución del 69!, fue el grito de guerra. Alfaro, así cargado de esperanzas, se trasladó a Guayaquil, donde Marcos dirigía ya una hoja de oposición: “El Popular”. Esta vez, pudo moverse libremente por las calles de Guayaquil. Había dejado en la querida ciudad colombiana de Panamá, su mujer, su hija, sus negocios. Primero el deber, Anita, primero el deber.
La primera y auténtica batalla le llegaba a sus treinta y cuatro años de edad. Un sombrero de fiel paja manabita no le abandona aún entre los rigores del frío. El poncho le da abrigo y se lo da también el cigarro que fuma constantemente. La levita azul le cae sobre los hombros anchos. Espada y pistola le sirven como insignias.
Leguas y leguas de tierra ecuatoriana nunca vistas se van abriendo a sus ojos. Siempre cerca del General, su anciano jefe, espera el momento de combatir, escuchando sus consejos. Reposan en la misma tienda. Y antes del alba, ya se encuentra en pie. La tropa canta su entusiasmo.
Procura aprender en las conversaciones cómo se libra y se gana una batalla. Antes de arribar a Riobamba, un posta llevó la noticia del triunfo de Veintemilla en la loma de Los Molinos, batalla librada el mismo día de la victoria de Galte. La pequeña ciudad les recibió con miedo hostil. Las casas tenían cerradas puertas y ventanas. Ciudad muerta parecía. En la noche, la oficialidad ofreció un banquete al general Urbina. Entraremos a Quito a banderas desplegadas: ya no hay enemigos a quienes batir –brindó Urbina. Alfaro se puso en pie.
IV
LOS GRILLOS PERPETUOS
Las cosas no andaban del todo mal en Quito. Paseaba por la vieja ciudad, descubriendo estrechas calles torcidas, saludaban la melancólicamente los indios con el mugriento son-: de lana-abatanada. Las campanas de las iglesias batían el aire desde el alba hasta el anochecer y todos los sonidos se iban a perder entre tas lejanos cerros neblinosos.
En el centro, por los sitios principales, la ciudad era otra hermosa Pero Quito triste, impreciso, vagaroso como un recuerdo que le transportara a remotas edades
Pero las cosas no andaban del todo mal, porque había esperanzas: ya estaban en Quito don Pedro Garbo, en plenas funciones de s. ministerio general, y José María Urbina, en las de general en jefe del ejército. Esperanzas... Poca cosa, en verdad. El fanatismo se c podía mirar en el rostro de los transeúntes, La moda naba el uso de bellas capas negras, de rojo revés, y a en los bancos de la. Plaza principal, a la hora tibia del sol
Los conservadores habían iniciado la guerra contra Garbo, el hereje, y que no era sino Garbo el iluso. Veintimilla, en el fondo, se reía de todos. Alfaro empezó a notar que las cosas andaban mal y que las esperanzas se diluían en la presión clerical y se fue a decir lo que sentía y sabía a su jefe, el general Urbina. A él, al viejo guerrero liberal, lo seguirían todos, pero no a Veintimilla.
El Coronel Alfaro fue suspendido violentamente en sus sueldos y no volvió a pasar revista. Cierto día tomó la diligencia para Guayaquil, en busca dé un barco que lo condujera al querido hogar de Panamá.
El 1877 lo vivió Alfaro dedicado a rehacer sus negocios y a mantener activa correspondencia con los liberales de oposición.
Le mandaba Alfaro sus representantes, con una carta en la cual le abofeteaba con estas palabras: "usted merece que yo le dé látigo en la lengua".
Se disolvieron a viva fuerza los motines pero la campaña continuó desde el confesionario, el pulpito y en las mismas reuniones palaciegas.
Un fraile franciscano se alzó a mayores y el gobierno ordenó aprehenderlo, pero el fraile amotinó el pueblo y llevado en hombros se refugió en la Legación de Francia..
El Viernes Santo de 1877, un acontecimiento trágico vino a complicar los asuntos: el Arzobispo de Quito, Monseñor José Ignacio Checa, al beber el vino del cáliz, se envenenó
Pretendió Veintimilla encarcelarle, pero el clero le arrancó del poder civil, en virtud del
Concordato celebrado por García Moreno con la Santa Sede y hasta entonces vigente.
La lucha se enconó. Declaró el gobierno la abolición del Concordato. Tres canónigos principales fijaron en las iglesias un decreto de Entredicho. " ¡Quedaréis en adelante privados de visitar los templos! ¡Ya no recibiréis el pan eucarístico!
A dieciséis leguas de Quito, el Cotopaxi asolaba las llanuras cercanas. Casas, cosechas, animales y hombres fueron arrasados.
Alfaro había agotado cartas pidiéndole no abandonase la lucha parlamentaria, acaso ineficaz, pero de todas suertes, agitadora. Alfaro tenía, a más, otras ideas de progreso en la cabeza, nacidas cuando, por pocas horas, en la campaña de 1876, administrara el incipiente ferrocarril del sur.
Y la Convención reunida en Ambato, bajo la presidencia de Urbina, no hizo nada por el provecho material ni moral del Ecuador. /Montalvo afilaba la pluma desde "El Regenerador"
Hacia abril de 1878, Alfaro volvió a abandonar negocios y hogar en ruta a Guayaquil. Vino a integrar un grupo de agitación, en compañía del "escritor Miguel Valverde
Una noche de septiembre de 1878, en los campos montubios de su finca, Vicente Piedrahita cayó acribillado a tiros.
. El asesinato, como el del arzobispo Checa, permaneció entre las sombras acusado Veintimilla de la muerte de Piedrahita, en un barco de carga, ganando después la ciudad en una canoa, merced a la noche, Alfaro arribó a Guayaquil. Había sido llamado por los amigos para que se colocase a la cabeza de la rebelión.
En realidad, observaba el movimiento de las tropas, los cambios de guardia, el almacén de los pertrechos
—Doble dotación de municiones para la compañía del mayor Morieta, y el triunfo será nuestro, teniente.
Morieta se había comprometido a última hora. Era ya la víspera de la sublevación. Aquella madrugada, Alfaro escuchó inusitado movimiento en el cuartel.
Era ya la víspera de la sublevación. Aquella madrugada, Alfaro escuchó inusitado movimiento en el cuartel
El general Veintimilla en persona estaba en el cuartel, avisado por la delación
Los tambores retumbaban veloces, como en-la hora de diana. .. No podía soportarlo . .
-¡Canalla! ¡Venir a corromper a mis soldados! ¡Usted es el causante de la sangre que ha corrido! ¿Está satisfecha su ansia criminal?
-¡Llévenlo inmediatamente a la cárcel y métanlo al infiernillo!
Apenas si podía moverse y apenas si alcanzaba pedazos de luz cuando le daban de comer. Estrecho, inmundo, pestilente, negro, el calabozo le roía un tanto de vida a cada hora.
Sentía, sin embargo, las fuerzas físicas destrozadas.
Le fue ofrecida, entonces, la libertad a cambio de un compromiso de no intervenir más en política.
Juan Montalvo, vuelto de su destierro después de la Convención, supo lo que se estaba haciendo con Alfaro, y publicó un artículo que llamó "Los Grillos Perpetuos". La voz clamaba: "García Moreno tuvo su Juan Borja, Veintimilla quiere tener su Eloy Alfaro.
No habría juez que condenase a Eloy Alfaro al tormento. Y en el tormento está sin sentencia: calabozo, incomunicación, grillos perpetuos en cuerpo enfermo, disentérico.
Alfaro estaba solo, hundiéndose en el abismo de sus fuerzas desfallecientes.
V
LA DERROTA DE ESMERALDAS
Guayaquil gozaba de fama como ciudad liberal.
Burgueses comerciantes, marchaban, por instinto y aún a regañadientes, con las ideas del Siglo
Pero si en la sangre del pueblo mestizo de Guayaquil ardía el corazón, no así en la calculada elocuencia de los dirigentes.
Así también, en este año de 1879, las clases dirigentes guayaquileñas veían con placer la conspiración contra Veintimilla, pero no arriesgaban nada, a más de unos pesos empleados con previsión inversionista. Fracasada la revuelta, no hubo un solo eñorón de campanillas que defendiese a Alfaro de las garras de veintimilla.
Y Alfaro se consumía en el calabozo. Más de treinta días ya enfermo, agobiado por dolores reumáticos. Un día recibió la cita del Cónsul de Colombia.
El 3 de marzo subscribió el convenio para poder salir de la prisión y del país. El mismo modificó la redacción.
"Una vez que se me asegura que los presos militares han salido ya fuera de la República, me obligo como caballero, bajo mi palabra de honor, a cumplir lealmente el compromiso de no prestarme personalmente a alterar el orden público constitucional, ni volver al país sin el permiso..."
Desde 1874, Cornelio Lourido, comprovinciano v rico comerciante, le había adelantado dineros para pasajes y otros gastos
-¿YAnita?
Devota de San Juan, había hecho un voto a cambio de la vida de su Eloy: antes de verlo, de alcanzar su salvación, atravesaría las naves de la iglesia de rodillas, hasta prosternares frente a la imagen del Santo.
Se acercaba a los treinta y siete años, no tenía ningún poder tangible, hallábase pobre, al borde de la quiebra, enfermo y fatigado, pero en la nota al Gobernador usaba de un tono de mando.
Los negocios estaban liquidados. Entre aventura y aventura, sus ganancias habían desaparecido. Los últimos recursos, fueron empleados en comenzar a publicar "Las Catilinarias" de Montalvo, que, también exiliado, desde Colombia había fustigado a Veintimilla a latigazos iluminados.
Sabedor de que Marcos sufría de pobrezas, le escribió alentador al preferido hermano: "Cuando se trata de ganar para vivir, no falta nunca trabajo en nuestros países.
Y agregaba, minucioso como era, "con los dolores de huesos he pasado varios días malos..." ¡Ah, los grillos de Veintimilla!
Macay, que seguía explotando las minas de "El Corozal", cuyo negocio iniciara con la cooperación económica de Alfaro, le mandó llamar a su casa. Eloy había liquidado su parte cuando el siniestro azotó las minas; nada le quedaba, así, legalmente del negocio.
El Ecuador parecía estar al borde de otra guerra civil, al comenzar el año de 1880
El pacto ya no existía: estaba roto desde que su carta al gobernador no diera frutos.
Por entonces, doña Anita le dio otro hijo, al que llamó Colón.
Conservadores, deseosos de volver a la Apoca añorada, preparaban levantamientos en el Norte. Montalvo partió a Tumaco, encargado de un negocio de armas
. Pues bien, se dijo el coronel Alfaro, solicitado por cientos de cartas, él sería el jefe de las futuras batallas. Dedicóse a leer libros de táctica, a estudiar las campañas más célebres de la historia, pero favorito de las libradas por Bolívar y Sucre, el hermano masón mayor, y, por último, recibió lecciones de arte militar de ,un viejo coronel francés retirado.
Al mando de veinticinco hombres mal armados, puso proa a Esmeraldas. Vientos contrarios le sisaron el itinerario. En la noche del 17 de octubre fondeaba frente al puerto, lomó tierra en 'la madrugada, ya pronunciada la capital de la provincia por su nombre como jefe civil y militar. Recibió la plaza de manos de Guedes, con un inventario: sesenta y cuatro fusiles viejos, bastantes pertrechos y pocas armas de precisión. "Guedes vende a Alfaro",
Lo de Santa Elena era un nuevo engaño. Una esperanza quedó flotando: Máchala y Santa Rosa se habían sublevado, le informaron, y puso proa al canal de Jambelí, para encontrar con nuevas mentiras. Sin agua y sin víveres, le fue necesario avanzar al Perú
En Panamá dio a publicidad una hoja suelta relatando su aventura. "Réplica a un Corchete condecorado", la llamó con ágil y dura pluma polémica. Pero el comentario maligno se rió de Alfaro. Ya Montalvo no estaba a su lado: había partido a París, a empezar la publicación de los "Siete Tratados", ayudado por Alfaro,
la gente le creía loco. Un ataque súbito, decían, ha enfermado a Eloy Alfaro, y la nueva corrió por los campos, a ratos quejumbrosa, a ratos burlona.
Pocas horas d-espués, la guarnición militar de Quito proclamaba dictador al general Ignacio de Veintimitla, de la Cuchilla, como le apodó Montalvo. Alfaro esperaba el momento de actuar, cuando
Feliz pero seco, dio las órdenes: Valverde, Secretario Genera! y Minis de la Guerra en campaña, cuatro columnas y a estudiar e! plan ataque.
El 23 de julio, se incorporó en Rioverde el escritor Roberto Andrade y fue nombrado Jefe de Estado Mayor.
Los muchachos de la "Esmeraldas" eran bisónos y el derramamiento de sangre fue inútil, porque pudieron haber sido apresados los enemigos sin casi resistencia. Nada tenía ya qué hacer por esos lados.
El primer botín fue abundante de fusiles, municiones y uní botiquín de campaña.
Lanzó una tremenda interjección y vio todo su plan perdido. No había más que atacar lleno de bravura y se fue sobre el enemigo. De un lado a otro, rabioso, rápido, contenía la desorganización.
Alfaro, con el rostro de piedra y los ojos ausentes, ordenó al corneta tocar la retirada.
Organizados hicieron- la marcha, disparando, sin dar la espalda, recogiendo los heridos, manteniendo a los perseguidores a distancia.
Nueve horas sin un minuto de reposo. . . En ¡as orillas del Tiaone se arrojaron cara al agua como bestias heridas.
Alfaro, por toda respuesta, se descalzó, y, despacio,; volvió a ponerse las botas. ¡Oh, aquéllos ya no eran pies! , y nadie más volvió a quejarse. Ni un quejido para aliviar !as heridas purulentas. Veintidós hombres es todo lo que resta de la montonera.
Y así, el 17 de septiembre, luego de os últimos siete días de marcha por las gargantas heladas y los despeñaderos grises, arribaron a un pueblucho, cerca de Ibarra.
Los páramos de Piñén les hicieron temblar, solitarios frente a los cactus vestidos de cenizas.
VI
EN GUAYAQUIL SE PUSO EL SOL
Mientras Alfaro llegaba nuevamente derrotado a Panamá, Miguel Valverde, restablecido de sus dolencias, desoyendo consejos de amigos
. La voz de un coronel, ridículamente marcial se alzó:
De orden de su Excelencia, el Jefe Supremo de la República y Capitanes General de sus ejércitos, para escarmiento de los montoneros de Alfaro, revoltosos y traidores, los prisioneros capturados en Esmeraldas van a ser castigados con la pena de ochocientos palos.
La política era ai refugio, la fuga para 'aquellas angustias reprimidas.
Al amanecer, cuando las tropas, de la restauración, como se llamaban los conservadores, descendían por el Pichincha y el Panecillo, Marietta asumió el mando del ejército.
La generalita, en todas partes, hermosa, los cabellos al aire, sus menudos pies sin descanso, el pañolón caído sobre los hombros de manzana, las manos nerviosas y delgadas, la voz llena de entonaciones aún no descubiertas por ningún hombre de veras, lanzaba sus palabras encendidas.
Ordenaba a los jefes, indicaba las posiciones, reunía pertrechos, con terrible movilidad de diosa antigua.
Empezaba febrero, cuando Alfaro puso pie en tierra esmeraldeña. Quinientos rifles más y cincuenta mil cápsulas fueron transportadas por el corone! Centeno desde un velero, a punta de canoa.
Alfaro, por aquella circunstancia, tenía ahora por aliados tácitos. a sus enemigos de siempre. ¿Qué mejor que organizar un gobierno que respaldase los propósitos liberales?
Iría, a su camino, dictando providencias liberales, haciendo pequeñas las posibles en un estado de guerra reformas progresistas y ganando partidarios.
La política le obsesionaba y la va practicando a medida que avanza, conquistando partidarios, ofreciendo empleos, perdonando, conciliando opiniones divergentes en un solo frente de regeneración nacional.
En una hacienda, el general Ampuero, con toda su tropa, se rindió, sin otra condición impuesta por Alfaro que la de la entrega total del armamento.
pero, al llegar a Moníecristi, donde estableció su cuartel, escribió una proclama: "En las actas populares, vuestra generosidad me ha discernido el grado de general; os lo agradezco de corazón. Tengo, ante todo, el deber de dar ejemplo de abnegación y desprendimiento, y lo hago con entusiasmo
Si él hubiera sido el único en alzar armas, el camino no le fuera interceptado, pero los conservadores también marchaban sobre Guayaquil y le proponían alianza.
El 11 de mayo tanto tiempo gastado tuvo la entrevista con Sarasti en la hacienda San Antonio, Alfaro le escuchó y a su turno dijo:
Mis condiciones son estas: usted conserva el mando de su ejército y yo el mío; determinaremos de acuerdo las operaciones multares; una vez tomado Guayaquil, dejaremos al pueblo en libertad para que resuelva lo que juzgue conveniente
Alfaro se dedicó a evitar los rozamientos entre oficiales de ideas políticas tan opuestas. Jóvenes que llegaran con Sarasti iban, en las noches, a saludar a ese hombre de baja 'estatura que tenía lleno de ardor al pueblo.
En Quito, el Pentavirato se aprovechó de la maniobra alfarista para publicar un boletín, que decía: " ¡Quién podrá detener los pasos del Ejército, a quien impulsa el patriotismo y el favor del cielo? "
Los manejos ocultos del Pentavirato para pactar por su cuenta con Veintimilla, según le aseguraban, pero puso llave a su protesta. Y de repente, tuvo en sus manos un decreto del gobierno plural de Quito, expedido desde el 31 de mayo: "Se autoriza plenamente a los Extremos. Señores General José María Sarasti, doctor José M. Plácido Caamaño y General Pedro Lizarzaburo, para que, ocupada la ciudad de Guayaquil por las fuerzas restauradoras, arreglen el estado político del litoral, celebrando pactos y estipulaciones, o dictando las correspondientes órdenes y providencias gubernativas, todo en representación del gobierno provisional".
Y las tribulaciones no terminaron: un posta de Jipijapa, le trajo la noticia de que Montecristi había sido tomada por los veintímilistas, pero antes de despachar tropas supo que tos manabitas habían batido al enemigo, luego de heroico y prolongado combate. Los prisioneros, amigos de Alfaro, habían sido asesinados.
Alfaro vio la batalla ganada. Liberales y conservadores se disputaban el sufragio de la bravura.
La cortina de fuego envolvía el paisaje. Los soldados de Alfaro tenían ya puesto pie en la cumbre que protegía el avance. La retaguardia conservadora, a trote largo, avanzaba por media pampa, a reforzar el combate entre ia Atarazana y la Pólvora.
abrazaba a los muchachos del Escuadrón Sagrado.
Los demás cuarteles fueron encontrados vacíos de hombres. Río abajo, Veintimilla escapaba.
Él pueblo lo aclamaba, era cierto, pero la oportunidad se le había escapado. Lo seguían por las calles, cantando canciones de libertad. La voz de ¡Viva Alfaro! se levantó como un encantamiento.
VII
LA POLÍTICA DE LOS SESUDOS
Lo había dicho, en su proclama de Panamá, antes de partir a la aventura, como un presentimiento: “Después del triunfo, la hidra de la anarquía se presentara reclamando el botín de las aspiraciones vulgares”.
Montalvo, desde Paris, escribía: “¿Con que se viene abajo el malhechor? Esperando estoy el telegrama que me anuncie su fuga de Guayaquil o su muerte a manos del pueblo, he aconsejado a Alfaro que si cae en sus manos ese facineroso no deshonre la noble bala del cuerpo inmundo; le eh dicho que lo haga ahorcar. Sé que Quito se haya en poder de la revolución, triunfante, ahora seguirá la disputa entre los dos partidos, si Guayaquil hace pronunciamiento liberal.
De Alfaro no temo: su patriotismo, su ánimo generoso, su corazón de madre, le impulsaran al fin más humano, como sea decoroso para su causa. De los conservadores temo: la insignia de ellos es García Moreno y por falta de cordura perderán quizás una feliz ocasión de paz y concordia entre los ecuatorianos.
La unificación nacional, era, como debía ser siempre, el pensamiento rector. Alfaro, empero de su natural ambición de poder, estaba listo a transar. ¿Podría sacrificar el partido liberal? Al anochecer de ese mismo 9 de Julio en que había entrado triunfante a Guayaquil, llamo a su ministro de gobierno y con su parecer expidió una proclama.”Guayaquileños, vuetras autoridades las elegiréis vosotros, como las eligió Quito, y así mismo os adheriréis al gobierno del litoral o al interior; si por ninguno de los dos os decidís, creareis uno por separado, para que los tres convoquen a todos pueblos a una Convención Nacional.
El 10 de Julio las calles fueron estrechas para contener al pueblo, a la juventud, a los estudiantes, alto el grito por Alfaro. Los conservadores, entonces, acordaron conferenciar, pidiéndole que asistiese solo.
-Formemos el sextavirato con usted- le dijeron los tres delegados del gobierno de Quito-.
Así no habrá más que un gobierno y la unidad nacional se sostendrá hasta que se reúna la convención.
Le replicaron que el pentavirato no aceptaba la existencia de dos gobiernos en el país. Era el ultimátum. Alfaro sonrió y permaneció terco.
-Écheme usted abajo-secamente, le respondió Alfaro-. De mi parte no saldrá el primer tiro; pero en cambio, tenga usted la seguridad de que cumpliré con mi deber.
Se publico un decreto, firmado por Sarasti, Alfaro, Caamaño y Lizarzaburo, en que se convocaba el pueblo Guayaquileño a votación directa y popular para nombrar gobierno que lo rigiese interinamente. Alfaro ganaba, pero le dejaban hacer con traviesas intensiones. El 15 de Julio fue elegido jefe supremo de la provincia don Pedro Carvo.
Montalvo, en cambio, iracundo, que había proclamado a Alfaro como el salvador ilustre del país, dejo correr la pluma:” a Eloy Alfaro le sobran las virtudes del soldado y del héroe pero le faltan los defectos del hombre de estado, del político.
Ese no conviene de los sesudos será la perpetua ruina de los liberales. Alfaro me escribía, me comunicaba todo, pero en nada estaba de acuerdo conmigo: no se equivoquen ustedes. Un sesudo cualquiera le conviene más que yo. Digo que Javier Salazar hizo nombrar a don Pedro Rancio jefe supremo; que esto fue lo que todo lo hecho a perder.
Ayándome yo presente, no dudo que Alfaro se hubiera dejado guiar por mi; pero lejos de hacerme invitación ninguna, eche de ver que por allá no deseaban si no por mi ausencia. No podría yo ofrecerme como hombre, necesario, cuando los de allá no pensaban así.
Alfaro se equivocó solamente cuando pensó que la guerra y la política son una misma cosa.
Montalvo pidió para Alfaro los sufragios de la convención nacional que abrís de designar Presidente de la Republica. Más que severo, injusto, porque Alfaro nunca puso obstáculos al regreso de don Juan o a la intervención en la política de su admirado amigo. Nunca Montalvo se había irritado con el, ni cuando se vio obligado a postergar la publicación de los Siete Tratados. Explicaba, cariños y cordial: lo que se hubo conseguido para ella, lo invirtió en su expedición anterior a Esmeraldas. Yo aplaudí este noble abuso: la libertad primero que la literatura.
Salazar significaba dinero, influencias, poder. Alfaro, nada más que entusiasmo popular y un grupo de hombres jóvenes que tomaba el nombre de Partido Liberal, cuando en verdad este no existía más que como aspiración. En no teniendo partido firme de estructura, la acción política era débil. Y los otros eran los tradicionales dueños del país, fuertes, organizados y ricos. Cartas anónimas o de firmas irresponsables aparecían en Quito, denunciando que Alfaro había tirado por la espalda a los conservadores durante la batalla. Se defendió publicando cartas firmadas por altos jefes conservadores mas la semilla de difamación estaba sembrada naufragaba su espíritu en luchas sórdidas, vino la fiebre amarilla y se llevo a uno de sus más fieles amigos: Manuel Semblante, su ministro de gobierno.
Esperó hasta que la Convención Nacional, para enviar un mensaje, detallando nuevamente sus gastos y los dineros que había recibido para la campaña. Puedo hacer reclamos considerables arruinando por la libertad de la patria. Nada, eh pedido ni pediré; al contrario, deseo que en el ecuador el patriotismo no se convierta nunca en motivo de lucro ni de vergonzosa granjería, como antes de hora desgraciadamente a sucedido.
Por los salones conservadores, comenzó a correr un chiste cruel: si hablaban de Alfaro le llamaban: El General de las Derrotas.
VIII
JARAMIJO
Cuarenta y dos años, pobre, difamado, vencido, solo doña Anita le devolvería lo robado: sus alegrías y sus esperanzas: cierto que no había dinero, cierto que en Panamá la vida le resultaba dura, pero la casa en que vivían había heredado doña Anita y sus parientes próximos la ayudaban. Los hijos no crecían de pan ni de escuela.
Amigos de Quito le escribieron a Alfaro proponiéndole la revolución. Se negó, acaso la fatiga, acaso pensaba que no era llegado todavía el momento, pues el gobierno de Caamaño, designaba ya por el periódico constitucional de cuatro años, acababa de iniciarse, y quería antes de nada, cogerlo en falta. ¨Soy enemigo de la guerra, mientras no se agoten los recursos de la paz¨.
Pero muy pronto todo conspiraría para que se levantase en armas sin pensarlo dos veces. La insistencia de sus partidarios y los desmantes de Caamaño le decidieron. ¿Por qué le habrían elegido?
Caamaño, el mismo, no era más que un comerciante afortunado ahora, que especulaba con el estado, sirviéndose de parientes y amigos. Afirmaban que los contrabandos en las mercaderías del exterior le enriquecían y que si había elevado las tasas aduaneras eran para proteger mejor su ilícito comercio. Los liberales, los excombatientes alaristas, eran perseguidos, encarcelados o echados del país al abrigo de cualquier acusación de sobremesa. A don Pedro Carbo le pagaron los servicios acusándole de haber malversado caudales públicos. ¡Don Pedro Carbo ¡ era inconcebible la audacia de la argolla don Pedro Carbo, el puritano, honesto y exesivamente confiado. La indignación crecía y la rabia no hallaba otra salida que la de llamar a Alfaro, cuyas fugases, pero serias obras eran anuladas, como la creación de los colegios Bolívar y Olmedo en Jipijapa y Portoviejo. Ambos centros de educación creados durante la campaña, constituían un orgullo para Alfaro.
El diezmo suprimido por él, fue restablecido con gran regocijo de frailes mientras la prensa liberal era amordazada y sus redactores, como Emilio Estrada, editor “El Federalista”, encerrados en prisión: como vela; de “El Combate”, tratando de sobornar.
Caamaño de un extremo a otro del país paso de boca en boca con el apodo de “treinta millas”, sucesor corregido y aumentado de Veintimilla Alfaro volvió a los años mosos.
El Salvador con el Presidente Zaldívar, acordó ayudar Alfaro con veinticinco mil pesos: mitad por mitad. Zaldívar en tránsito para Europa, llego a Panamá y aviso a Alfaro que había descuidado de giras a cargo de barrios, pero que dispusiese de su firma para levantar los fondos necesarios. Una carta de crédito a orden de Alfaro fue suficiente el tomo en calidad de préstamo no obstante del ofrecimiento incondicional. Hacia octubre de 1884, envió a Federico Proaño a Costa Rica donde siguiendo instrucciones de Alfaro, compro el buque “Alajuela” por treinta y cinco mil pesos liberados por Alfaro a cargo de un viejo deudor mejorado de fortuna. Doble fraude de día mas tarde Antonio Flores. La deuda no separo, es cierto. Meses después los dos presidentes amigos se declararon la guerra. Barros murió en una batalla, luchando por la unidad centroamericana. Zaldívar cayo del poder, se arruino no pudo cubrir su crédito. Los vendedores del buque perdieron y clamaron por su dinero inútilmente porque no había como pagarles.
La revolución había estallado en Manabí. El 15 de Noviembre, al grito de libertad o Muerte. Los liberales de Charapoto se pronunciaron y partieron a Monte Cristi. Medardo Alfaro fue nombrado jefe civil y militar accidental, y comandante general, el coronel centeno. Portoviejo fue ocupada sin resistencia y en Esmeraldas, el cuartel asaltado. Dos provincias ya y tan rápidamente.
Mas el gobierno había despachado tropas, artillería y ametralladoras. Alfaro tenia instruido acosar al enemigo con guerrillas, evitando comprometer una batalla hasta su llegada.
IX
LA PACIFICACION
De boca en boca, viajo el rumor. Medardo, hundida la cabeza entre el pecho, permaneció largo rato como ausente. Ha muerto don Eloy, decían todo no círculo aquel día ni una sola cara alegre en el pueblo de Montecristi.
Después el saqueo de la soldadesca triunfante, bahía, canoa, calceta, chone, fueron presas codiciadas. El cerrito centinela se fusilaron algunos prisioneros. En tosagua mataron a un hacendado, tenido por liberal.
En Enero de 1885, el coronel Luis Vargas Torres, Medardo Alfaro y varias camaradas se encontraron en el rio Esmeraldas con Alfaro. La capital de la provincia estaba otra vez en poder del gobierno, pues había quedado desguarnecida cuando los liberales se aprestaron a marchar hacia Manabí para reforzar la acción de Alfaro.
SEGUNDA PARTE
GANADOR DEL DESTINO
I
LA VOZ DE LA TIERRA
El Ecuador era un país pequeño, limitaba con Colombia al norte, Brasil al este, y al sur el Perú, dando la cara a ambos océanos.
Había rivalidades entre los orgullosos costeños, montubios y cholos , con sangre negra y los serranos seguros con sangre india. Los montubios eran valientes, activos, carecían del sentido de organización y del ahorro, el cholo en cambio era conforme con el destino, y burlón.
De este material humano, de montubios y cholos había surgido la alfarada, invadida del amor por una nacionalidad quebradiza y vacilante. Con estos hombres se dio el gesto del 6 de marzo de 1845.
La juventud, muy pocos aristócratas, y la burguesía que vislumbraba el provecho de una transformación política y económica.
FEDERICO González Suárez dijo que en el Ecuador, los frailes son los dueños absolutos de la sociedad, y en manos de ellos está la vida de los ecuatorianos. Era la religión más eficaz instrumento para tener al indio esclavizado.
Solo dos jefes de estado había n comprendido que de no esforzarse en construir la nacionalidad, el país se perdería sin remedio en la anarquía.-Ellos fueron Rocafuerte y García Moreno.
Eloy Alfaro no ha vivido en Paris, tampoco ha estado en una universidad, no tenia cultura y no se ha relacionado con la gente bien, como podía pretender la presidencia de la república, decía la gente adinerada, pero el pueblo no pensaba eso, ellos lo amaban.
Don Placido Caamaño no alcanzo la tranquilidad anhelada en su gobierno, el ecuador vivía en sueños, en lo alto se mantenían los privilegios, y abajo l descontento. Se quería un cambio en la vida ecuatoriana y solo Alfaro era capaz de conseguirlo.
Eloy Alfaro era un hombre que venía luchando por más de 24 años, su idea se iba materializando, este hombre de pequeña estatura, barbón, sencillo, y sin literatura, estaba logrando el cambio en el Ecuador.
Ser alarista era ser valiente, desafiar lo establecido, querer la felicidad común, todo el mundo quería ser alfarista , valiente , desafiante. Todos gritaban Viva Alfaro carajo.
Se pretendía matar a Alfaro, unos chocolates le fueron enviados, envenenados por supuesto pero Anita les dio al perro y este murió convulsionando. Lo iban a matar así por sorpresa en una encrucijada cualquiera.
Alfaro era bolivariano de corazón, para él la única posibilidad de grandeza que tenía los pueblos americanos era el cumplimiento de los ideales del libertador. La idea de reorganizar la antigua nacionalidad colombiana bajo la forma federal no favorecería al Ecuador.
La estructura de un gran estado indoamericano equilibraría las posibilidades con el crecimiento de los EEUU. El ideal de Bolívar y por ende de Alfaro era criticado por todos decían que son pretensiones absurdas, se reían y burlaban de los afanes de Bolívar.
A los grandes capitalistas, a los imperialistas industriales de Norteamérica le convengan que los países de América del ser san colonias agrícolas, sin nada de industrias, materias primas cuyas economías estaban detenidas.
El partido de Santander trabajaría por disolver la Colombia de Bolívar, aquello de unir las tres repúblicas para hacer frente a los estados unidos de Norteamérica.
Para Alfaro Colombia era su segunda patria, Alfaro amaba Colombia porque era hija de Bolívar, por haber vivido en ella los destierros, por sr la tierra de América y porque allí nacieron sus hijos.
El cónsul del Ecuador gestiono la expulsión de Alfaro de Colombia Centroamérica, le arrebataron del suelo colombiano por liberal y peligroso y partió a Guatemala.
II
EL ROBO HONRADO
El partido conservador sabia proteger su hacienda pagaba tropas para cuidar el orden , se enfurecía cuando alguien hablaba en nombre del pueblo, en la costa el montubio y en la sierra nada significaban, los hombres de cultura los inteligentes ,los de dinero, no comprendía lo que era un país atormentado , que era el Ecuador.
Alfaro iba a sr acecinado tarde o temprano y él se defendía diciendo me asesinaran pero mi sangre los ahogara y cimentara la idea liberal. Alfaro era un peregrino glorioso para el pueblo.
Los folletos del Alfaro habían llegado al Ecuador La regeneración y la restauración. Después circulo La revolución campaña de 1884, donde se fustigaba al gobierno de la argolla y prometía volver, dejando en el pueblo la semilla de la insurrección.
La sociedad burguesa de Guayaquil se había conmovido con un escándalo, solo un diario el telégrafo defendía a ese hombre, Modesto Rivaneria quien era empleado de tesorería de la hacienda en Guayaquil. Le había ordenado ir al banco y hacer efectivo un cheque por diez mil pesos, los mismo que los cogió .Su acción le torturaba pues era un hombre honrado, pero más que nada era un hombre que su adolescencia estuvo enamorado de los ideales de Alfaro.
Robar al gobierno era sin duda un delito, pero robar para la revolución, para la libertad, era una tremenda heroicidad.
III
LO QUE SIEMBRA LA MUERTE
Cuando Alfaro recibió aquella suma inclino la cabeza y los ojos se le llenaron de lagrimas y dijo la libertad es dura de conseguir bien que lo sabía y el sacrificio parajo9 a toda gestión por transformar la vida de los pueblos
Alfaro salió para el Perú, le acompañaron en el viaje Roberto Andrade y el anciano comandante italiano, Jorge Ronca, aquel anciano quería terminar sus días luchando por la libertad de su país.
En el Callao lo esperaban los compatriotas, poco después llegaba a Lima Pedro Martiz otro joven de alto corazón idealista, llevándole integra la herencia que acababa de recibir.
La honradez con la que Rivareneira procedió entregando el dinero que se robo para una causa liberal es la defensa más brillante que puede presentar ante la sanción de los hombres del bien la pureza de su patriotismo.
El mismo coronel Vargas Torres, hombre de fortuna había entregado nuevamente apreciables sumas de dinero al Alfaro que junto con otros donativos se los deposito en un banco de Lima.
Había que obtener más dinero para devolverles algún día las contribuciones a los que sacrificaban sus capitales, Alfaro ordeno emitir bonos de un mil y de quinientos pesos fuertes de plata. Curiosos documentos impresos con cuidado que expedía el consejo supremo provisional y que mas abajo antes del escudo patrio tenía esto la deuda de la revolución ecuatoriana.
La batalla había comenzado, pero las desgracias caían sobre Alfaro como pájaros muertos, los amigos más queridos habían muerto, Alfaro iba a desfallecer cuando pero la batalla continuaba.
Un amigo de Centroamérica le escribió diciendo que Macay le había dejado un legado en su testamento, pero debía ir personalmente a los arreglos judiciales. Junto algún dinero y partió, con el ánimo de vencer.
IV
LA DEUDA GORDIANA
Escaso equipaje y muchos recuerdos. Y quedábase largas horas en cubierta, Horas también de sana alegría, Mirando ahora los horizontes marinos, reía, la memoria fresca en las bromas que hacía a doña Anita. Él tenía sus cosas y ella por sus hijos, no podía seguirle, sin protestas por los caminos de la aventura. Pero cómo se había puesto de pena cuando su Anita cayó enferma. Una leve sonrisa le cruzaba la cara. Palabras confortadoras le había escrito, orgullosas también: “...No creas que te vas a morir, porque tienes que vivir para que cuides de nuestros hijitos. A la vuelta de algunos años, lo probable es que me muera yo, porque la tarea que me ha impuesto Dios debe tener su término, Pero sufrimientos y vida glorioso que han de llenar de justo orgullo a los míos, especialmente a ti y a mi prole Llegarás a ser una viejita muy regañona, pero siempre muy respetable; y cuando la gente te vea pasar dirán con respeto señalándote: ésa es la viuda del héroe, y tú, más orgullosa, con justo título, que la generalidad de las mujeres, vivirás resignada y confortada con mi recuerdo y siempre protegida por Dios y cuidando de nuestra ilustre prole.
Cuando estuvo en Chile –pocos días–, lo primero que hizo fue no comer en el hotel. Hacíalo en casa del periodista Juan Murillo, exiliado también, cuya esposa disponía, en honor de Alfaro, las comidas sin cebollas.. Prosiguió a la Argentina, deteniéndose en Mendoza, para recordar mejor la figura de San Martín.
En Buenos Aires, doña Carolina, la esposa del compatriota Moncayo, Avellán, también le sacó de apuros, ofreciéndole comidas sin cebollas. Detúvose más tiempo aquí, porque se halló sin recursos. Hizo amistad con Bartolomé Mitre, como la había hecho en Chile con José Balmaceda, pero, cuando Mitre le preguntaba en qué servirle, ¿cómo descender a pedirle dinero? Esperó el auxilio de los íntimos y se entretuvo en su correspondencia Hombre rico ahora, le era deudor de una apreciable suma desde los tiempos prósperos de Panamá. Le buscó. Y recibió lo necesario para llegar a Caracas. De todas partes donde hubiera una estación de correos escribía a su Anita y a los suyos. Conoció Uruguay y Brasil. Y cuando llegó a Caracas, quedó sorprendido: jamás imaginara el recibimiento que le hicieron. Hombre sin complicaciones oscuras en el alma y aunque las tuviera, sabía ocultarlas–, a pesar de su ambición, permaneció absorto. Si admiraba a Bolívar, nunca –salvo en lo íntimo– salieron para oídos ajenos las habituales palabras del Libertador: “mi gloria”. Por eso, se sobrecogió cuando le trataron como a un héroe. Silencioso y tímido, las flores, los elogios y los vítores lo dejaron con el alma recogida. Le visitó el general Ignacio Andrade, en representación del general Crespo, que hallábase ausente, y le hizo entrega de un primer aporte para la revolución. Crespo empezaba a cumplir sus promesas que hiciera en Lima. Apenas pudo llegarse a Panamá. Luego, halagado por las cartas y las promesas, enrumbó a Nueva York. Allí contaría con el apoyo de la firma comercial J. M. Larralde y Compañía, de liberales venezolanos, que sirviera de centro de aprovisionamiento a los rebeldes de Venezuela. Conoció a exiliados de países hermanos e hizo perdurable amistad con el gran José Martí. Y a pesar de no haber tenido éxito, sus voces interiores le avisaban que pronto habría de gobernar en el Ecuador: así, tuvo conferencias con personas que más tarde le podrían ayudar en la construcción del Ferrocarril de Guayaquil a Quito, exigencia vital, fisiológica de la Patria.
Marchó, por fin, a Centro América. Detuvose en Costa Rica, junto a la anciana madre. Y cómo no se transformara, si ella misma le había dicho en toda ocasión, cuando se lanzara a sus salidas de quijote: “Anda hijo, anda y cumple con tu deber”.
Y luego, a buscar el legado de Macay. Cartas y cartas a su Anita, dándole razón de las gestiones. Cuando las minas de El Corozal se incendiaron, cuando todo se liquidó en un día, cuando vino la quiebra, Alfaro perdió sus capitales. Macay trabajó después y reflotó la empresa, ya él solo. ¿Y lo que había sacrificado el otro? Con el legado le compensaría en algo... pero he aquí que nada pudo hacer.
Nada le dieron. Y eran todos aquellos bienes para su mujer y sus hijos. Hallábase en el Salvador aún cuando las relaciones con Guatemala y Honduras se perturbaron. Los ejércitos fueron movilizados. Alfaro, amigo personal de los tres presidentes, generales Ezeta, Sarillas y Bográn, se puso a trabajar en favor de la paz. Todo se lo contaba a doña Anita: “...Quizás mi permanencia en esta capital sea muy útil para la paz de Centro América Era un pequeño incidente sin importancia. Sublevaciones en Centro América eran muy frecuentes. Lo que valía era que las gestiones de paz habían dado frutos. La presencia y los consejos de Alfaro iniciaron el éxito. Después, un Congreso logró el tratado. Se le rindió al caudillo ecuatoriano calurosos homenajes de gratitud.
Terminaba 1890 y se dirigía apresuradamente a Panamá. Era su rostro impermeable a las emociones, pero ahora no podía ocultarlo: la ansiedad era tal, que parecía faltarle, el aire; y los ojos, inquietos y móviles, eran los de una persona que, de súbito, hubiera perdido la orientación. A las seis de la tarde del primer día de 1891, llegaba a su casa.
Una hora antes había nacido su último hijo. Contempló con los ojos velados a su Anitilla buena, y luego tocó al niño, inclinó la cabeza, puso su mejilla contra la pequeña frente, pálida, pero con risas en todo el rostro. ¿Cómo llamarlo? doña Anita, esta vez, reclamó insistente:
–Eso sí que no. Ahora, déjame a mí. Se llamará Eloy.
–Bueno, Anita, pero Colón también. Le pondremos los dos –Colón Eloy, saboreó letra por letra– y firmamos la paz, Halló a los hijos crecidos y muy sabios. Pequeñas sorpresas milagrosas de todos los días en el hogar, después de tantos años de ausencia. Era feliz. Su vida errante no había tenido sitio para aventuras de amor el año de 1830 se adueñó Flores del país, y duró hasta 1845, quince años, en que cayó; degenerado el partido vencedor, sucumbió en 1860, a los quince años, y se apoderó del solio García Moreno, hasta 1875. Y como se acercaban nuevas elecciones y se habrían de repetir los antiguos atentados, daba sus consejos:
“...Deben protestar en favor de la dignidad de la Patria; y esto hay que hacerlo en la escala en que se pueda. Un año más y terminaría el período presidencia de Antonio Flores. Era, pues, el momento de preparar la transformación.
Porque, si no podía usar de las balas de plomo, emplearía “las balas de papel”. Hacia 1834 un congreso de plenipotenciarios acordó la distribución de la deuda, pero el Ecuador, bajo el mando del general Juan José Flores, harto ocupado con los menesteres de casa, no concurrió a la discusión. Le tocaron veintiuna y media unidades –cincuenta a Nueva Granada, después llamada Colombia, y veintiocho y media a Venezuela–. Aquello equivalía a cerca de un millón y medio de libras esterlinas.
El congreso extraordinario ecuatoriano de 1837 aceptó para siempre el compromiso que tanto había de pesar en la desorganizada economía nacional. Por 1857, apareció en el Ecuador un señor llamado Jorge Santiago Pritchet, nuevo comisionado de los acreedores, a solicitar que se le adjudicasen terrenos baldíos Pritchet marchó a
Esmeraldas, reconoció los terrenos y firmó un contrato, por el cual se daba a los acreedores, por bonos y provisionales, o sea, por intereses vencidos, doscientas mil cuadras de terrenos en Esmeraldas, cuatrocientas mil en las provincias del Azuay y del Guayas, y dos millones en el territorio oriental. Pero ocurrió que el Perú reclamó, aduciendo que los territorios orientales se hallaban en disputa y la concesión no pudo hacerse efectiva. Fue entonces cuando el Ecuador hubo de gastar dinero y energías para oponerse a la invasión peruana que organizara el general Castilla, Presidente del Perú A pesar de todo, en 1860 un señor James Wilson fue autorizado por Mocatta, que era Cónsul inglés en Guayaquil, a apropiarse de cien mil cuadras en Esmeraldas. Un ingeniero francés, Onflroy de Thoron Mientras tanto, el inmenso ovillo de los intereses se enredaba y aumentaba la deuda. Antonio Flores fue enviado a Londres por García Moreno, como agente diplomático, en 1860, y después nombrado Comisionado Fiscal para que se entendiera con los acreedores, pero su desempeño no fue aprobado por el Gobierno del Ecuador. Hacia 1869, García Moreno había ordenado la suspensión del pago de las amortizaciones hasta lograr un acuerdo equitativo. Un sindicato francés ofreció un empréstito al Ecuador, construcción de ferrocarriles y de muelles, establecimiento de un banco, la consolidación de la deuda inglesa... Y ésta era la explicación de que se hubiera removido tamaña cuestión– En 1890 llegaron enviados, comercialmente relacionados con una firma, cuyos dueños eran “sobrinos del jefe de Estado”, según lo denunció Alfaro públicamente. Alfaro era un estudioso de los asuntos de la Patria. No olvidaba que había sido hombre de números. Poseía documentos y conocía a fondo el problema de la deuda inglesa.
Y sobre todo, con tanto como había visto en Centro América y en Panamá, conocía muy bien los peligros de la penetración extranjera. Empalidecía de rabia y de temor por el futuro de la Patria. Y de repente, se lanzó sobre el escritorio y empezó a escribir, a disparar sus “balas de papel”.
A poco, en 1891, publicó la primera parte de su trabajo, con el título de Deuda Gordiana. Era un latigazo en pleno rostro de la reacción y de los cómplices del imperialismo. Los folletos circularon clandestinamente en el Ecuador. Los tiros demoledores estaban bien dirigidos. Los ecuatorianos leyeron una a una esas páginas valientes, y el nombre de Alfaro se repitió como el de un estadista que demostraba pleno saber en los asuntos vitales del país. Hombre de Estado, preparaba en el estudio su gobierno. Alfaro destruyó los planes financieros de los conservadores,
La pluma de Alfaro denunciaba cómo entonces la política de “la argolla” quería llevar a feliz término la negociación En una de esas cartas, que reproducía Alfaro, Caamaño pedía un adelanto de ocho a diez mil sucres para atender los gastos de su apoderado en Quito y dar algunos convites a los diputados que conviniera atraerse.
Los documentos del negocio también fueron publicados en el mismo folleto de Alfaro. Alfaro extremaba sus ataques, sin descuidar ninguno de los frentes: “La opinión pública, la opinión honrada e independiente del Ecuador acusa a don Antonio Flores de tener interés y parte principal en los siniestros manejos de esa especulación, cargo, por desgracia, justificado con su pertinaz empeño en favorecer a todo trance la legalización de ese monstruoso convenio” En mayo de 1890, se suscribía el tratado de demarcación de límites, que satisfacía las aspiraciones peruanas sobre las provincias de Tumbes, Jaén y Mainas; el Ecuador obtuvo la tranquila posesión –no perturbada hasta entonces– de Quijos, Macas y Canelos, y la devolución del sector amazónico comprendido entre la desembocadura de los ríos Chinchipe y Pastaza. Alfaro, en su folleto, no impugnó el tratado. Acaso pensó que sería mejor una transacción que la perduración del pleito. No querría hacerlo mientras las cancillerías negociaban. Su fino sentido realista le indicaba que, después de todo, el Ecuador necesitaba terminar su litigio. En tanto. Flores, indignado y temeroso al mismo tiempo por las acusaciones de Alfaro, obtenía del Gobierno colombiano que lo expulsara de Panamá, por considerárselo “peligroso para las relaciones entre Colombia y el Ecuador”. Alfaro salió desterrado, por segunda vez, de Panamá. Viajó a Costa Rica, a Alajuela, donde vivía su madre. Tampoco se dio treguas: pasaba las horas estudiando documentos, hasta que tuvo listo el segundo folleto sobre la Deuda Gordiana, que publicó en 1892. El futuro común no era una locura allí donde la gran Patria de las antiguas colonias españolas poseía los elementos primeros para la hermandad: lengua, historia, raza. Le obsesionaba el derecho público americano. Y siempre la presencia rectora del espíritu de Bolívar le conducía en la búsqueda de la fórmula y la táctica del porvenir. En Alajuela tenía listas también algunas cosas para la expedición, y marchó hacia allá. Costa Rica le era querida. Allí vivía su madre. Por toda Centro América se movía como en su Patria. Entraba un día en la casa, y se detuvo sobrecogido, como si un repentino viento helado le hubiera golpeado en la nuca. Hasta se llevó una mano atrás. Inclinó la cabeza, contrajo todos los músculos, y entró al dormitorio de doña Natividad. Todavía ella le miró desde el lecho, con los ojos lejanos, pero no pudo hablarle, levantó dulcemente su mano de cera, cruzada de gruesas venas azules, apretó la de su hijo.
Momentos después, telegrafiaba a doña Anita:
“Dios se ha llevado a mi madre”.
V
AGONÍA DE “LA ARGOLLA”
La verdad es que había dinero. El buen cacao resultaba una maravilla; los hombres iban a París hasta ya bien cumplida la mayoría de edad, y las mujeres permanecían soñando en el regreso de los apuestos jóvenes que sabían hablar francés y traían el sortilegio pecaminoso y excitante de los bulevares, de las mujeres malas que perdían a los hombres y de los poemas perversos. Después de todo, y a pesar de tanto, los cuatro años de la Presidencia de Flores habían transcurrido en paz.
Era cierto que Flores había gobernado en paz. Era cierto también que algunas obras materiales habíanse realizado. Flores imaginó una nueva combinación política: el progresismo, que agrupaba a conservadores tolerantes y a ciertos liberales tibios, que creían en la declaración de los derechos del hombre y en nada más. Los peones conciertos vivían como antes esclavizados por las deudas heredadas de padres a hijos. Y el hombre de la calle, analfabeto y miserable, no tenía nada que ver con el país –no era tomado en cuenta–, con su propia tierra ecuatoriana que ni siquiera conocía en la cartilla de la geografía elemental.
Antes de abandonar la Presidencia, dejó estas palabras: “Nadie ha llevado luto, nadie ha llorado persecución ni destierro”. Y había desterrados, como Alfaro y muchos otros liberales, a los que nunca hubiera permitido retomar a la Patria. Los últimos tiempos de su gobierno los dedicó a buscar sucesor. Ninguno mejor que el general Francisco Salazar, Ministro en el Perú por muchos años ya. Al llegar a Guayaquil, fue sorprendido por la fiebre amarilla. Cordero resultó Presidente Verdad o no. Cordero se doblegó de todos modos a las demandas de Caamaño. Y ocurrió que el grupo político gobernante se descompuso rápidamente. Si no había montoneras, había en cambio escritores, como aquéllos que redactaban
“El Perico”, periódico satírico, que desde hacía tiempo rompiera los fuegos contra “la argolla”. “Cada pájaro taje su propia pluma y en ristre”, decía el lema del periódico. Alguna vez, sin embargo, fueron perseguidos y tuvieron que cambiar de imprenta o buscar otro nombre, como “El Califato”, Algunos frailes abrieron campaña contra “El Perico”.
El inquieto humor de esa gente no les daba paz. Sección especial mantenía abierta para el clero: “Sermones del loro predicador” Y así, la revolución cobraba vuelos. El humor y la polémica de esos jóvenes hicieron tanto como los teorizantes o los pronunciamientos militares o las montoneras. Al finalizar 1891, calló “El Perico” y apareció “El Cordero”, con esta declaración: “periódico de propaganda ovejuna. Órgano de los intereses de “La Argolla”
Alfaro era consultado y hallábase presente siempre en las alternativas de la política centroamericana. Algunos ecuatorianos exiliados eran militares en Centro América: así Leónidas Plaza, así Plutarco Bowen, que había alcanzado también muy joven, el grado de general. Bowen era rústico pero de valor temerario. Con frecuencia. un buen día, fue llamado a Nicaragua por el Gobierno, que hallábase en dificultades con el dictador de Honduras.
Pedían sus servicios. Finalizaba 1893, cuando Alfaro emprendió viaje, en compañía de Juan de Dios Uribe, escritor colombiano.
Desde su habitación –contaban– Alfaro estudiaba el movimiento de las tropas y daba sus consejos de viejo combatiente. No debía presentarse en las batallas, pero las dirigía como un experto jugador, entre mapas y señales. Y triunfó. Colocaba banderitas en las posiciones de defensa. Discutía con altos oficiales los planes militares, se había radicado en la ciudad de León y otra vez tenía colocadas las miradas en la Patria, cuando recibió la noticia: su hijo Bolívar, el segundo de este nombre, de apenas de diez años de edad había muerto
Buenas cosas llegaron del Ecuador. Le relampaguearon los ojos y se vio un día en el espejo: su cabeza tenía el volumen recio que se logra en el claroscuro del carbón.
Los desaciertos de Cordero le dieron nuevas oportunidades de batir al enemigo.
Por lo pronto, se puso a gestionar la firma de un célebre tratado, que perduró en la historia como el Tratado de los Cuatro. Representantes de Nicaragua, Venezuela, Colombia y él se comprometieron a la mutua ayuda por la causa liberal. Venezuela ya había dado por medio de su jefe. Crespo, su contribución.
El Presidente Zelaya de Nicaragua puso a sus órdenes el buque Momotombo. Habíase trasladado a Costa Rica, donde acumulaba armamento y municiones. Y llegó un día Antonio Maceo, de vuelta de la guerra antillana de los Diez Años, , hablando se pasaron los días de aquello que les obsesionaba: el destino de América. Cierta vez, Alfaro le propuso una acción conjunta para libertar al Ecuador y a Cuba. Maceo se enamoró del proyecto, al parecer fácilmente realizable:
Alfaro prometía poder desviar numerosos contingentes de nicaragüenses y colombianos sobre la isla. Mediaba 1894, cuando se reunió con ellos José Martí y le dieron a conocer los planes con su mirada profunda, la que afirmaba que “la fatalidad ha venido oscureciendo a Dios”, los contempló unos segundos y no aceptó.
La campaña de prensa, la agresividad juvenil de “El penco”, la postura rabiosa del Ecuador joven, hacían vacilar a Cordero. A ratos, algunos liberales creían que el poder llegaría a sus manos sin verter sangre. Así, las noticias que llegaban a Alfaro eran contradictorias: tan pronto le hablaban del inmediato triunfo, como le decían que era indispensable aplazar los preparativos. Y él, listo ya, tenía que esperar En cambio, la revolución liberal en Colombia parecía venir sin que nada la contuviera. El Tratado de los cuatro le obligaba: tuvo que ceder los pertrechos de guerra acumulados con tanta paciencia. No había contado con ciertos acontecimientos que, de súbito, tomaron rumbo inesperado. Los sucios manejos de Caamaño culminaron en una espantosa afrenta nacional. Estaba Alfaro en su residencia habitual de Costa Rica, cuando le llegaron las noticias. Antonio Maceo diole un millar de pesos que había podido obtener para él, y con esa suma partió a Nicaragua en demanda de ayuda. Adoleció después de silencio, como solía ocurrirle, hasta que el desembarco de tropas inglesas en Corinto (Nicaragua) le renovó el ímpetu. Se hallaba en su campamento de Amapala, trabajando en sus planes de expedición sobre el Ecuador. Americano orgulloso, se presentó al Gobierno de Nicaragua a ofrecer su espada para batir a los invasores. El presidente Zelaya estuvo de acuerdo, pero no pudo vencer la intriga diplomática, y tuvo que ceder. Las concesiones hechas a los ingleses irritaron a Alfaro y más porque debía callar.
VI
EL PUEBLO EN ARMAS
En la capital de la República, los conservadores conspiraban y hacían intentonas para sublevar el ejército. La crisis iba a estallar de un momento a otro, y los bandos políticos se aprestaban a no dejar perder la oportunidad. La gente vivía ahíta de Caamaño y del progresismo. Y todos, a una, señalaban la ineficacia de Cordero.
Finalizaba el año 1984 y Vivía en Chile, el general Ignacio de Veintemilla, el
papá Ignacio de aquella inquietante Marietta que poseía bienes en el Ecuador, heredados de su marido, Antonio Lapierre, fallecido a poco antes de casado, y hermano del humorista poeta de “El Perico”; por ello, hacía frecuentes viajes al país Papá Ignacio tiene que regresar, se repetía, así como regresaron otros,
Vivía en Guayaquil, en la misma casa de José Lapierre, cuando llegaron las primeras noticias en una carta del general Veintemilla, cuyas relaciones adquiridas en
Chile, en mérito de haber sido Presidente del Ecuador, le pusieron en dominio del secreto extraordinario. Un joven liberal, Alberto Reina, empleado de la oficina del Cable, obtuvo copia de los telegramas cifrados enviados a Caamaño por el Cónsul del Ecuador en Nueva York.
Naturalmente, la propuesta, hábilmente insinuada, tenía que venir del extranjero. Y así ocurrió. Los cables sustraídos fueron descifrados en el despacho del director de “El Diario de Avisos” –después “El Telégrafo”–, José Abel Castillo. El primero contenía una propuesta oficial a nombre del gobierno de Chile. Flint ofrece dos mil doscientos cincuenta libras en privado para nosotros, procure conseguir resultado favorable, pasaba que Chile tenía interés en vender al Japón el crucero de guerra “Esmeralda”, pero, como había declarado poco antes su neutralidad en la guerra que ese país sostenía con la China, quería sacar las castañas del fuego por mano ajena. En un principio, buscaron un país centroamericano, pero ninguno quiso aceptar. Luego, valiéndose de un vago ofrecimiento de apoyo moral y materiales de guerra, en caso de conflicto con el Perú, se pensó en el Ecuador. Caamaño no tardó en convencer a Cordero y sus ministros de lo ventajoso de la negociación, que daría al país un aliado poderoso en el momento en que las relaciones con el Perú hicieran crisis, y estaban haciéndolo a cada instante. Cordero nada sabía de la gratificación a Caamaño, por más que debió sospecharlo. “Estamos de acuerdo en que se le preste a Chile el servicio que desea –decía el Presidente en un telegrama a Caamaño–, pero hay que buscar una forma decente de prestárselo”. “telegrafíese a nuestro Cónsul en Valparaíso para que, en nombre de nuestro gobierno, consienta en que el buque de guerra “Esmeraldas” haga un viaje de ensayo a Honolulú, para que podamos conocer sus condiciones marineras y perfeccionar negocio si éstas nos satisfacen. Comisione a quien convenga, aunque sea chileno, para que al fin del viaje a Honolulú opine si le parece o no que las condiciones del buque son adecuadas para la costa y ríos del Ecuador, El gobernador Caamaño de hecho quedó investido de la facultad de proceder. Chile creyó conveniente que el buque saliera de un puerto ecuatoriano y se señaló la isla de San Cristóbal (Chatham), de las Galápagos. Allí recibiría la bandera del Ecuador y continuaría viaje para ser entregado al Japón. En tal estado lo convenido, el Congreso de Chile autorizó la venta en la suma de doscientas veinte mil libras. En tanto, el Gobierno ecuatoriano autorizaba al cónsul en Nueva York para que firmase el contrato con el Ministro de Japón. Caamaño saboreaba ya su fácil triunfo, prevalido además de las profundas simpatías que el pueblo ecuatoriano tenía para Chile.
Caamaño estaba muy contento. Ansioso, como un mercader avaro, se frotaría las manos esperando la propina. Reiría del país, de Cordero, de los imbéciles compatriotas que todo lo ignoraban ¡Qué torpes eran los otros! El Ecuador le pertenecía.
Pero Solórzano no le enviaba el dinero y empezó a desconfiar.
Lapierre, en tanto, había ofrecido a “El Tiempo”, diario del que era redactor, sus informaciones privadas. Y ya estaban llegando los cablegramas del extranjero que afirmaban que Chile había vendido al Ecuador un buque de guerra. La aseverando maliciosamente que el buque no llegaría nunca al país comprador al comenzar diciembre “El Diario de Avisos” se dirigió públicamente a Cordero, pidiéndole que calmara la ansiedad pública con una declaración categórica. La respuesta fue ambigua. Entonces, un grupo de ciudadanos liberales invitaron al pueblo a una reunión cívica. La crisis estalló.
Aquel día amanecieron cubiertas de mantos negros las estatuas de los próceres era un duelo sobre la patria, turbas amenazantes desfilaron frente a los balcones de la casa de Caamaño en todos lados se escuchaba el grito ¡viva Alfaro!, aquella tarde la asamblea popular designo una comisión investigadora, mientras la prensa le pedía a Cordero que expusiera las razones por las cuales no pensaba que era deshonroso arrendar o prestar la bandera del Ecuador.
Veinte y cuatro horas más tarde la comisión le pedía explicaciones al presidente de porque había cobrado doscientas veinte mil libras al gobierno de chile, cordero ordeno al cónsul ecuatoriano que anulara lo pactado con Chile ya era demasiado tarde Gran Bretaña ya había entregado el dinero a Chile y el contrato con Japón ya estaba firmado, si el cañonero ecuatoriano “Cotopaxi” iba a abastecer con cuarenta y cinco toneladas de carbón al “Esmeralda”, corría el mes de enero de 1895 y Caamaño renuncio a la voz de ¡Abajo Caamaño!, ¡Mueran los ladrones! y ¡Traidor!, Placido Caamaño cargado de crímenes abandono ocultamente el país y desapareció.
Conservadores y liberales se lanzaron a las calles con el fin de gobernar cada uno por su lado los liberales caminaban al grito de ¡viva Alfaro!, millares de hombres y mujeres llenaban las calles y frente a la casa de Cordero gritaban ¿Que has hecho con la bandera? Y este no apareció como el pueblo no escuchaba el Ministro de Guerra ordeno la salida de la artillería y empezó una batalla cuerpo a cuerpo y el pueblo seguía gritando ¿Presidente que hiciste con la bandera?, las rebeliones liberales empezaron por todo lado en Latacunga, Guaranda y el Ministro de Guerra solicita un entendimiento y las cosas empezaron a enderezarse de repente se supo que Cordero había renunciado al poder y que lo asumía Vicente Lucio vicepresidente el cual convoco a elecciones presidenciales y de Congreso el 20 de junio, una comisión de conservadores viajo a Ambato para visitar al Doctor Juan Benigno Vela para preguntarle quien era la mejor opción para presidente y se inclino por Sáenz sin antes decir que Alfaro es un indio de la peor clase.
Cuando Alfaro lo supo sabia que debía ponerse en acción debía conseguir armas y ponerse en acción y envió un comunicado que decía que venía en auxilio, mientras reunía el dinero para su cometido Plutarco Bowen llego al Ecuador y ataco Babahoyo, así llego el mes de Junio mes de Gloria para Alfaro por lo que había conseguido anteriormente y es así que el 5 de junio de 1895 fue proclamado por el pueblo Jefe Supremo de la República y General en jefe del Ejercito, los burgueses decían han llamado al Indio Alfaro ¡Pobre país!

TERCERA PARTE
LA TRANSFORMACIÓN
I
LAS PASTORALES NEGRAS
Después Del 5 de junio de 1895 el alma de la revolución había poseído a la ciudad de Guayaquil, ardía un nuevo sentido nacional, ya que el pueblo lucía de alegrías.
La administración civil amenazaba hundirse, los días pasaban y con la angustia de no tener cerca un jefe capaz de organizar la revolución y conducir al triunfo, pero llegó a Guayaquil el General Alfaro un 18 de junio, el pueblo entero salieron a las calles, millares de palabras dichas salían en libertad, y gritaban:
- ¡Viva Alfaro!
Este día flamearon las banderas, luego frente a los balcones de la Gobernación, no hubo aliento que no se cortase ni pecho que no estallara, Alfaro lanzó las miradas hasta muy lejos, y no pudo ver al fin de aquella muchedumbre, sus voces parecían en el aire como el zumbido de millones de abejas, el pueblo cantó su triunfo.
El General Alfaro proclamó a los habitantes de Guayaquil el 18 de Junio de4 1895 que llegaba sin odios ni venganzas y dispuesto a dar a todos sus compatriotas un abrazo fraternal, y el 19 de Junio de 1895 tomó posesión de la Jefatura Suprema declarando vigente la constitución de 1878, en todo lo que no se opusiere a la transformación política liberal.
En ese momento el país necesitaba firmar una nacionalidad con las fuerzas dispersas y contrarias.
Alfaro sabía que por la ignorancia en la que habíase mantenido al pueblo, el organismo nacional marchaba a destiempos peligrosos, él dudaba que contaría con hombres de pensamiento que le ayudaran en la obra de crear un país, y la primera obligación para esto consistía en conciliar, pero Alfaro conocía el fanatismo los pueblos sometidos a la clerecía, y pensó que será casi imposible cambiar sus ideas, pero lo intentó.
Entonces inició y envió dos comisiones de paz es decir salieron de Guayaquil, pero ambas comisiones fueron rechazadas, pero también partieron a manta, y también esta no se logró conciliar a contrario obstaculizaron las negociaciones y pretendieron que esta comisión fuera apresada y conducida a Quito.
Entonces luego de estos altercados la proclamación de Alfaro conmovió a toda la Sierra, los frailes de lanzaron a predicar la guerra contra el anticristo. Los franciscanos organizaron una gran procesión que invadieron las calles de Quito, y decían que el enemigo es el liberalismo y radicalismo.
Los dulces sermones se transformaron en discurso de agitación, decían que tienen que vencer al demonio.
¡Guerra de muerte al Indio Alfaro, al inmundo Satanás que iba por su alma!, así esta guerra civil empezaba a convertirse en una peligrosa guerra de religión.
Las contradicciones internas resultaban más poderosas que el buen ánimo y vencer a Alfaro.
Entonces el ejército presentó armas al Gobierno, y el coronel que representaba prometió arrollar al enemigo de la república, las marchas militares dejaron sus sones en las calles.
También apoyaron al ejército algunos jóvenes militares de la Sierra, y Alfaro los recibió fogoso, y les otorgó cargos de responsabilidad en el ejército.
El 25 de Junio, Alfaro escribió una conmovedora proclamación: “Nada soy, nada valgo, nada pretendo, nada quiero para mi, todo para vosotros, que sois el pueblo que se ha hecho digno de ser libre.”
Alfaro decía que les corresponde velar por los intereses del pueblo.
Corrían los últimos días del mes de Junio y apresuraba los preparativos bélicos, cuando de repente recibió una carta de Londres, firmada por un polaco, de apellido Wilzinski, que le ofrecía millones de libras esterlinas cambio de un puerto de las Islas Galápagos para Inglaterra, pero Alfaro no dio contestación a esa clase de carta.
Finalmente el 25 de de Julio encargó su Poder Ejecutivo al Consejo de Ministros, y el 25 salió a tomar el mando de sus hombres.
Planeó el avance en dos grandes hojas de tijera, en el centro de la Sierra se encontrarían para llevar la batalla definitiva y tomar la capital.
En las chinganas de Guayaquil, frente al vaso de aguardiente se cantaba:
Con Alfaro por la Sierra
los patriotas marchaban ya
Y Sarasti en las trincheras
Temblando de miedo está.


CONCLUSION 

Este libro llamado la Hoguera Barbará habla de los ideales de Eloy Alfaro, de cómo el pudo pasar todos los problemas a los que tuvo que enfrentarse, a las grandes y dolorosas perdidas que tuvo que someterse y también que por ser un perseguido político termino sin dinero, por lo que tubo que rrecurrir a sus amigos y auspicios de el extranjero para continuar con su noble labor que era tener una patria libre sin represión alguna. Entre sus principales obras tenemos la construcción del ferrocarril mas difícil del mundo y su aporte a la educación ya que creo un sin numero de escuelas y colegios.

CRITERIO PERSONAL

Este libro nos da a conocer la bibliografia del General Eloy Alfaro y nos redacta todo encuanto acontecio en su entorno como desde muy joven ya tenia forjados sus ideales de libertad en contra del tirano, nos enseña como el Ecuador se Preocupo por guardar apariencias ante el exterior y como descuido al pueblo.
La creacion de este libro era necesaria ya que nos enseyaña ño que vivieron los antiguos ecuatorianos bajo la oprecion